Qué pena volver de nuevo por aquí para escribir sobre algo que me ha apenado tan profundamente. Se trata de la súbita muerte, a causa de un ataque cardíaco, de Juan Antonio Cebrián, locutor de radio, escritor y director del programa «La rosa de los vientos». Una muerte que no ha hecho concesión alguna a su bondad y nos lo ha arrebatado a la temprana edad de 41 años.

Cebrian

Es difícil explicar por qué te puede entristecer tanto la pérdida de alguien a quien no has tenido la oportunidad de conocer personalmente. Aunque supongo que, después de tantos años acompañado por el calor de una voz tan humana y cariñosa, lo extraño sería que no fuera de esta manera. Más aún cuando esa voz despierta tus sueños hablándote de temas que te apasionan tanto como, en mi caso, la historia, el cine o la ciencia; e incluso aunque, otras veces, tratara de temas cuyo interés no comparto realmente, como pseudociencias, avistamientos ovni, parapsicología y demás; pero por los que él era incluso capaz de despertar en mí cierto interés y curiosidad. En cualquier caso, y fuera cual fuera el tema a tratar, su voz siempre iba acompañada de una patente humanidad e inteligencia. Algo, en mi opinión, mucho más importante que el propio tema en cuestión.

A pesar de ello, reconozco que muchas veces he tenido la tentación de vestir mi mejor traje de excéptico y renegar de su programa. Sin embargo, nunca lo he hecho. ¿Y sabéis por qué? Porque en realidad todos esos temas no eran más que un decorado en el que ambientar el verdadero discurso de Cebrián. Un discurso profundo que se asomaba a cada una de sus palabras y que ha calado hondo en los miles de seguidores que han hecho de él algo más que un locutor de radio entrañable. Los que le hemos seguido durante años sabemos que fue fiel estandarte de una ideología que nos hablaba de humanidad, tolerancia, solidaridad, libertad y respeto; todo ello sustentado por los pilares del conocimiento, el sentido del humor y la bondad. En parte, él ha sido ese maestro que muchos de nosotros siempre quisimos tener.

Y es que Juan Antonio tenía una enorme capacidad para contagiar su pasión e ilusión por los temas que trataba, además de un perfecto dominio del tan poco practicado arte de soñar. Y no me refiero a eso que hacemos mientras dormimos, sino a la ilusión que nos embarga cuando evocamos aquello que no podemos tocar y que, sin embargo, se alza preclaro ante nuestros ojos perplejos. No deja de ser curioso que fuera precisamente él, ciego desde los veinte años, quien nos aleccionara en el aprendizaje de tan humano privilegio: el de soñar la vida con los ojos bien abiertos.

Ahora, sumido en la sincera pena y sorpresa de lo inesperado, no puedo evitar que resuenen en mi cabeza los diálogos entre Sócrates y sus discípulos, o que me emocione al imaginar a Marco Antonio y Cleopatra abrazados a orillas del Nilo. Supongo que este es parte del delirio al que Juan Antonio invitaba. Un poderoso hechizo de este mago de la ilusión radiofónica, un embrujo que gracias a él ya forma parte de nosotros. Los que hemos recibido de él ese don le debemos el orgullo de ser los portadores de su legado.

Hasta siempre, Cebrián. Maestro y, después de tanto tiempo, ya amigo.

Página oficial:
http://www.juanantoniocebrian.com

Hay 1 comentario

  1. jueves, 25 de octubre de 2007 a las 18:40

    De lo mejorcito que he podido leer sobre la desaparición del Maestro.
    Comparto totalmente tus escritos.